lunes, 8 de junio de 2015

ESOS higos.






Había higueras en el patio de mi colegio…
Puede que un niño “no sepa muchas cosas” pero, las cosas que un niño sabe, son verdades absolutas. Incuestionables. Yo sabía que a mi madre le gustaban los higos. Así que en cuanto los sanjuaninos empezaban a asomar, ahí iba yo: apañando higos por el patio, de árbol en árbol, recogiéndolos en mi mandilón para llevárselos a mi madre.
Sentía adoración. Todo era poco para mi madre. Nada en el mundo, ni todos los higos ni todas las flores ni todos los rayos del sol, podrían medir el amor de un niño por su madre. Yo le llevaba mi pequeño tesoro verde y ella se emocionaba, imagino que no por el higo, sino por esa certeza de que yo la recordaba mientras estaba en el colegio. De que de una manera u otra siempre la llevaba conmigo. Y ella me daba las gracias llena de ilusión y me decía que lo comería luego. Pero no… Eso no te sirve: a ti no te vale que lo coma luego porque quieres ver lo feliz que es cuando se coma la maravillosa vianda que has recogido para ella y que has transportado todo el día en un bolsillo lleno de amor y restos de lápiz. Puede que un papá, o seguramente algún vecino, te diga que es mejor recoger los higos en junio, o incluso esperar a los miguelinos de octubre. Y que es mejor coger los de arriba, porque les pega más el sol y están más dulces. Porque los mayores son así: te enseñan “a hacer las cosas bien”. Pero no una mamá. De una mamá se aprende a impregnar de amor cada gesto, cada detalle. Una mamá no te enseña a hacer las cosas “bien”: te enseña a hacerlas mágicas.
ESOS higos. Esos higos verdes. Esos higos verdes de primeros de mayo. Esos higos verdes de primeros de mayo que crecen a un metro del suelo -porque una niña de seis años no alcanza a coger los higos más altos-, deben ser la cosa más amarga y difícil de comer de la historia de las cosas amargas y difíciles de comer. Yo no sé si todas las madres del mundo lo hacen pero, si existe una persona en el mundo capaz de comer ESOS higos sólo por verte feliz, por no cambiar tu carita de ilusión por unos ojos tristes, sin duda esa persona es una madre.
Gracias, mamá. Gracias por todos ESOS higos que te comiste por mí. Por todos los primeros domingos de mayo que anocheciste preparando uniformes, porque al día siguiente había colegio. Por todos los viajes a la playa, cuando tu cuerpo te pedía descanso, sólo para ser la encargada de los bocatas y estar segura de que comíamos bien. Por todas las veces que llegaste a casa derrotada y aplazaste todo diez minutos para jugar conmigo antes de dormir. Por todos los nesquicks que me llevaste a la cama sólo para mimarme, incluso cuando ya estaba dormida –sobre todo por esos-. Por todas mis comidas favoritas. Por los macarrones con ajo y cebolla que fueron mi primer antojo de embarazada. Por no olvidar ni uno solo de los ciento noventa y ocho cumpleaños que sumamos entre tus cinco hijos. Por el caramelo de marihuana que te comiste contra tus principios, sólo para que tu hija adolescente te sintiera cerca. Por todas las veces que has confiado en mí, pesara a quien le pesara. Por todos los consejos que me has dado –porque, créeme, puede que no siempre te haga caso, pero te escucho siempre, y los recuerdo por si acaso un día me hicieran falta-. Por convertir tu voz en mi voz interior. Por todas las lágrimas que me has enjuagado y por llorarlas conmigo. Por todas las lágrimas que has llorado a solas para que yo te viera fuerte –sí, mamá. Sé que llorabas-. Por todas las veces que hemos llorado de risa juntas. Por enseñarme a ser una buena persona. Por quererme como me quieres. Por enseñarme a querer a mis hijos como los quiero. Por ser una persona imperfecta y la madre perfecta para mí. Por hacer todas esas cosas que sólo una madre hace. Gracias por ser mi madre siempre. Hasta cuando no estamos juntas.
Ojalá hubiera habido rosales, mamá, para llenarte de rosas. Ojalá hubiera habido calas o claveles rojos, que son tus flores favoritas, para llenar de colores mis bolsillos y tus jarrones. Pero no. Eran higueras lo que había en el patio de mi colegio… Mi gran suerte en la vida, mamá, ha sido que tú fueras la madre que me esperaba en casa.






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