Que nunca te dobleguen, cariño. Que nunca te quiten lo que te pertenece, lo que sientes como tuyo. Tus decisiones las tomas tú.
Me siento culpable porque el día del primer cumpleaños de tu hermana lloré de emoción recordando aquel día. Su intensidad. Su potencia. Su magia. Y sin embargo el día de tu cumpleaños mi mente rehuye los recuerdos del día en que naciste. Intento forzarme a pensar en ello, y no me sale. Y me siento culpable por no poder sentir hacia ese día lo mismo que siento hacia el día que nació Aine. Me siento culpable, porque es culpa mía. Ojalá... Ojalá...
Ojalá pudiera decirte otra cosa. Recuerdo nítidamente el primer momento que te vi. Naciste, te llevaron, te pesaron, te midieron, te envolvieron mientras llorabas y una ginecóloga tiraba de mi placenta. Te trajeron ya envuelto en una manta y te pusieron sobre mí, con los ojos impregnados de una pomada amarilla que ni sabía para qué era. Me miraste, Hugo. Giraste tu cabecita hacia arriba con los ojos bien abiertos y miraste dentro de los míos. ¡Que locura! ¡Que inmensa alegría! Ya te tenía conmigo. Por fin podía abrazarte, olerte, besarte... Papá te cogió un poquito porque una enfermera le preguntó si es que no se atrevía. Mientras tanto, me daban puntos. Te llevaron. Me pasaron del potro a la camilla, y en camilla a la habitación de dilatación. Y me lo hicieron todo ellos porque mis piernas estaban dormidas por la anestesia que yo tantas veces había dicho que no quería ("Pero niña, cómo no te la vas a poner, con lo que esto duele, para qué vas a sufrir para nada"). A la media hora de nacer te trajeron conmigo, te di el pecho un ratito, y te volvieron a llevar. "En 2 horas te llevamos a tu habitación y ya te damos al bebé". Pasaron más de 4 horas. Yo no tenía agua, ni comida, ni reloj que mirar, ni reloj interno casi, pero algo me decía que estaba pasando demasiado tiempo, y cuando preguntaba me respondían con amabilidad al principio... Pero después de la tercera vez las respuestas eran cortas y desganadas, casi casi hostiles.
La primera noche dormimos juntos en la cama del hospital, y me encontré por la mañana dando explicaciones y pidiéndole disculpas a la enfermera por haberte metido en la cama contigo. Mira que era idiota...
Ya ves qué regalo te hago, hijo, por tu cuarto cumpleaños. Mis lamentaciones. Y te pido tu perdón. Perdóname por no haber sabido hacerlo mejor. Tú eres mi gran maestro, y siento que haya tenido que ser así. Lo arrastraré toda la vida, pero me faltará tiempo en una vida entera para darte todos los abrazos que compensen aquel momento.
Te quiero, mi príncipe.