domingo, 21 de julio de 2013

Veinte



Ha hecho muchísimo calor hoy. No estaba segura de que fuera a pasar, pero sí: los pechos me vuelven a crecer, como preparándose para rebosar otra vez. He sudado mucho, por primera vez algo incómoda. Llegué a casa con unas ganas tremendas de ducharme. Olía mi propio sudor. Me quité la camiseta. Me quité el sujetador. Huelo mucho. Huelo mucho. Pero este olor… Este olor no es sudor. Este olor es dulce. Reconozco este olor. ¿Será posible? ¿Será verdad? Y entonces me aprieto el pecho y… ¡Leche! ¡De nuevo leche! ¡Qué felicidad!

De la pura alegría salí corriendo del baño, desnuda, saltarinas tetas al viento, para enseñárselo a papá. Y claro, Hugo vio pasar una teta y allá que se enganchó. Le pregunté si salía leche y vuelve a decir que sí, ¡y que está muy rica! Me vuelvo a sentir yo, me vuelvo a sentir la yo que soy de verdad, como si las últimas semanas sólo hubiera estado esperando a que llegara este momento. Los que no entendieron mis lágrimas cuando la leche se fue tampoco las entenderán ahora que ha vuelto. La vida al fin, hija, consiste en eso: en emocionarse con lo que te quita y con lo que te da.

Vuelvo a ser fuente, y tierra, y semilla y árbol y fruta y lluvia y viento y madre,  e hija. Vuelvo a ser todo lo que puedo ser y todo lo que quiero ser. Vuelvo a ser yo. Volvemos a ser nosotros.

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